El vacío en la palabra: Te llamo
Cuando nos encontramos con alguien, es muy popular despedirse con una conocida frase: ¡Te llamo! De seguro, esa persona podría esperar por años sin recibir esa llamada. Nos comprometemos a hacer algo simple que en realidad nos cuesta cumplir o no deseamos efectuar. Lo cierto es que sin querer queriendo como dice el chavo, prometemos lo que no vamos a hacer y esto con cierta práctica se hace un vicio. Probablemente estemos prometiendo a Dios muchas cosas y a nosotros mismos, como ir tras un sueño, bajar de peso para una mejor salud, ser más tolerantes, más amorosos, menos celosos, dar más calidad de tiempo a nuestros hijos, sabiendo en nuestro corazón que no vamos a cumplirlas. No estamos ejercitados para hacerlo, nos cuesta. Si en algo tan sencillo como devolver una llamada, evitamos hacerlo, comprometerse a una meta debe formar una figura fantasmagórica en el cerebro de muchas personas.
La frase, se propaga como un virus a las empresas, por ejemplo, para aquellas que te ofrecen un empleo. Luego que te entrevistan te dicen seriamente: Le llamamos o espere nuestra llamada.
La pregunta que siempre me he hecho es: Porque no llaman?
Que lleva a estas personas a comprometerse a algo que no van a cumplir?
Se de algunas empresas serias, que son pocas en este aspecto, llaman al postulante de un trabajo a agradecerle por sus servicios, cuando este no va a ser tomado en el puesto. Son aquellas que sienten respeto por la persona y por si mismos. Ellos toman en cuenta que ese postulante gastó sus pasajes, su tiempo en esperar, hacer colas, dar un examen, invirtió su poco dinero en imprimir un curriculum, gastar en un menú etc. Creo que hay que ponerse más en los zapatos de las personas.
Por alguna razón nos hemos criado de esa manera muchos de nosotros, prometiendo cosas a diestra y siniestra, incumpliendo con nuestra palabra una y otra vez. La palabra te llamo, no parece pesar en lo absoluto, ya no tiene valor, tiene vacuidad, suena indiferente. Quizá sea la manera que hemos encontrado de despedirnos de alguien, en el sentido más vacío de la comunicación y de las relaciones sociales.
Nunca imaginé que la frase cruzara nuestras fronteras. Una vez leí a un Belga que observaba el mismo tema y decía:
¡Si los peruanos no tienen palabra para devolver una llamada, que es lo más sencillo de hacer en la vida, que palabra van a respetar para hacer un negocio o para no cambiar las condiciones de este. Uffff, me dio vergüenza escuchar algo así.
Reflexionemos en cuantas cosas decimos y no cumplimos. Es hora de darnos cuenta que le quitamos validez a nuestra propia palabra, nuestra esencia.
Practiquemos en ir abandonando este tipo de actitud hacia las personas. Dejemos de prometer a la ligera y de seguro que todos iremos aprendiendo a confiar más en las personas y en el poder que tiene su palabra.
Sin duda alguna nuestro país avanza, con ese gran motor que somos cada peruano, que luchamos por ser mejores cada día.
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