La vez pasada, salí a caminar con María Pía al parque, algo que hago usualmente. De pronto veo lo que jamás imaginé ver. Un señor con su esposa, cruzaban el parque con su hijo de unos tres años, el cual iba amarrado a la cintura de una gruesa cuerda, la que a su vez estaba atada a su padre. Luego, en el parque, a modo de paseo, el padre seguía a su hijo, mientras este se paseaba por el pasto y los alrededores. Sus padres siempre detrás de él. Nunca lo soltaron.
Me dio mucha pena de saber que una criatura que nació para correr, trepar una banca, intentar subirse a un árbol y tantas cosas más, a tan corta edad ya se le está estropeando su normal etapa de crecimiento. Ese niño nunca arriesgará o tomará decisiones en su adultez o adolescencia. Siempre necesitará a papá para decidir, aquel que nunca lo dejó ser. Crecerá con miedo, introvertido, temeroso, callado y quizá peor aún, se vuelva objeto de burlas entre sus amigos de escuela.
En otros casos escucho muy común entre los padres decir a los hijos cosas como: !cuidado! ¡Te vas a caer!
No quisieras que al momento que salgas a trabajar todos los días alguien te diga.
¡Cuidado perderás el empleo! ¡Cuidado chocarás con otro auto!
Entonces, deja que el niño sea niño, déjalo que trepe y haga todo lo que le gusta hacer. Necesita aprender, necesita golpearse, caerse y todo lo demás para formar su carácter. No te ates una cuerda a él, solo déjalo y aconséjalo bien.
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