viernes, 23 de diciembre de 2011

En el puerto de Yurimaguas Parte 2

Capítulo 2. En el puerto de Yurimaguas


En Yurimaguas en el barco Eduardos

Llegamos en una taximoto al puerto de Yurimaguas. Hay mucho desorden y lodo por todos lados, pero en fin, pasamos entre decenas de personas que ofrecen hamacas, platos y tenedores, tal como si estuviese uno en un mercado. Pronto sabría para qué ofrecen todo eso. Muchos otros sacaban mercadería de los barcos o lanchones, tales como plátanos, frutas en general, cajas y hasta autos. Mi amigo Henry nos dijo: bueno chicos tenemos que tomar ese barco para que nos lleve a Iquitos, íbamos a navegar alrededor de 2 a 3 días hasta llegar a Iquitos, sin imaginarme la peor pesadilla que viviría por espacio de una hora dentro de ese barco.
El barco en cuestión, se llama Eduardos, que es una flota de barcos que llevan gente y carga. No tienen camas. Uno debe comprar su hamaca, su tenedor y un plato, pues en el barco solo preparan la comida. Una vez que subes, amarras tu hamaca donde puedas y  debes dormir junto a decenas de personas.   Yo ronco como una mula. No dudé que terminaría asesinado por un charapa trasnochado o de seguro por mis propios amigos.
El carnicero Motta feliz de su gran hazaña
Apenas subí,  casi me da embolia. Había decenas de personas acostadas en sus hamacas. Había que pasar entre ellas para llegar a ver si había algún sitio para nosotros. ¡Por Dios! me dije a mi mismo, ¿Es aquí a donde voy a viajar?
Me encontré con un par de señoras inglesas algo mayores y me dio lástima por ellas, pues ya me podía imaginar lo que serían los baños. Qué vergüenza  me dije. Pobres turistas. No existe en el barco, un área de descanso, para contemplar la maravillosa selva. Solo hacia los lados de las hamacas, existe una larga franja para mirar, entre el techo y el supuesto dormitorio, que en caso de lluvia se tapa con una lona. Si llueve, laca, pues en adelante solo verás hamacas en medio de la oscuridad. "Bueno, beberemos todo el trago posible para relajarnos" pensé. Nos acomodamos los cuatro en tres metros cuadrados, creo, junto a varias cajas de frutas.  La gente pasaba y pasaba junto a nosotros porque a continuación estaba el mal oliente baño. Algunos incluso pasaban, arrimando de mala manera las hamacas que se le cruzaban por el camino. Coletti y Henry dijeron entre dientes, una más y al próximo lo arrojo al río.
¡Señor! me dije a mi mismo, ¿Así viajaré dos o tres días?  El sol era intenso, más aún la sensación aumenta, cuando hay tanta gente a tu alrededor. El río, más allá del congestionado puerto, se veía hermoso y rodeado de la bella selva.
Coletti, tu risa lo dice todo
Los cuatro amigos éramos unas lápidas. Nadie parecía querer vivir en ese momento. Empecé a mirar cómo la gente seguía subiendo a pesar que todo parecía lleno. Señor haz un milagro me dije: que se hunda el bastardo barco, que se hunda de una vez. De pronto, un niño en pañales pasaba entre mis pies. Casi me arrojo al río. ¡Qué desilusión!
 Dicen que Dios escucha y ese día escuchó cada lamento de nosotros y se compadeció de esos cuatro patas viajeros, que tenían ganas de soltar toda rienda posible.
El cielo se abrió totalmente y una luz hermosa  se dejó ver. Un barco de color blanco según recuerdo entraba lentamente al puerto, como modelando antes todos. Parecía un crucero aunque estaba lejos de serlo.  Era tan grande como el nuestro, pero a diferencia, este brillaba como si Dios lo manejara. Noté allí mismo, que la cubierta superior estaba vacía.  Tenía una cubierta inferior bajo techo, con algunas personas echadas en sus hamacas. En la cubierta superior el techo solo cubría la parte donde se podía dormir, dejando libre la popa a merced del increíble sol, allí se dejaba ver claramente una mesa con algunas sillas. Me quedé soñando largo rato imaginando nuestro  bar en aquella mesa y nosotros divirtiéndonos bajo el inclemente  sol todo el camino.
Vista del Barco de Dios esperándonos.
“Maravilloso hubiese sido estar allí” me dije cabizbajo.  Al rato veo que una lancha se acerca a nuestro barco, que dicho sea de paso, este no salía nunca. Encima de la incomodidad, se tarda lo que le da la gana. Ya la gente empezaba a silbar y gritarle cosas al capitán, golpeando el piso fuertemente con los pies. Ya cuando estaba desanimado y hecho a mi realidad, sucedió el milagro. Dios no  nos abandonó. ¡Tenía una misión para nosotros!
En un instante,  Mi amigo Henry que se había desaparecido sin que nos demos cuenta,  regresó alborotado y dijo: desarmen sus hamacas rápido. Nos vamos al otro barco.
¡Qué! No lo podía creer. Henry se había dado cuenta que aquella lancha que llego a nosotros, era del barco de Dios. Sacamos nuestras maletas también y nos trepamos a la lancha, chau Eduardos, ya saben que puede hacer con sus barcos. !Al abordaje!
!Continúa!

Mi obra Lulita y yo.
Si deseas que te llegue los otros capítulos, ve a Participa en mi Blog y registrate como seguidor de mi Blog.

Busca mi obra Best Seller en Amazon.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario