martes, 19 de julio de 2011

!No tengo tiempo!

Una frase que frena nuestro potencial.

Tres palabras que frenan nuestras vidas y que parecen hasta detener el mundo. Una frase que nos delata y dice mucho de nosotros mismos, que refleja la poca disponibilidad a ofrecer un esfuerzo más, la que nos frena día a día. Por donde vamos, la repetimos robotizados una y otra vez, recorriendo la vida en automático, tal cual una botella plástica que recorre el río a merced de su corriente. Corremos excusándonos a diestra y siniestra que el trabajo nos quita el tiempo, que tenemos que hacer, que tratamos pero no se puede, terminando rendidos con la conocida frase, es que no tengo tiempo.  La expresión nos hace continuar dóciles en el caos que estamos inmersos, sin poder detenernos un momento a contemplar, pensar, planificar, coger nuestro norte nuevamente.
Particularmente, el no tengo tiempo fue parte de mi vocabulario común, hasta que tuve la feliz oportunidad de participar en un taller de liderazgo, llamado Life Symphony, el cual recomiendo mucho por las poderosas herramientas que recibimos. Allí me pude dar cuenta que uno debe darse  tiempo para cumplir nuestras metas y sueños.  Fue en ese lugar, donde me hicieron ver que podía pisar el acelerador de mi vida, hacer cosas realmente sorprendentes y dejar de lado la saboteadora frase. Gracias a Dios aquella expresión prácticamente quedó en el olvido y me esfuerzo cada vez más en perseguir mis metas, sin poner excusas.
Recordemos un momento nuestra etapa de juventud, repletos de sueños, pensando que  todos son realizables. Pasan los años, quedando esta atrás  y uno se va contagiando de todo tipo de temores, que se anteponen en nuestro camino como una niebla, que nos impide ver con claridad nuestros deseos. Aquellos miedos paralizan nuestro ser para dar el paso adelante, ganar una oportunidad más o una nueva experiencia para aprender. Luego que nos detiene, ese miedo se vuelve sonoro en la frase: ¡es que no tengo tiempo! Sin duda, nos pasaremos el resto de la vida repitiendo una y otra vez lo mismo, si no tomamos la debida responsabilidad y dar de una vez lo mejor de nosotros. Está demostrado que somos capaces de hacer y lograr lo que queramos, entones me pregunto siempre:
Por qué seguimos haciendo lo que no nos agrada?
Por qué seguimos poniendo más excusas como que el tiempo fuese el culpable de nuestra falta de decisión?
Cuando nos hacemos adultos, el virus continúa bien enraizado, listo para causar más daño. Ya no se contenta con nosotros, en adelante perjudicará a la familia que formemos. Es muy común escuchar: quiero tener hijos, es lo más maravilloso de la vida. Una vez que estos llegan, los padres siguen más avocados a sus quehaceres diarios, algunos adictos al trabajo, que olvidamos todo lo demás. Cuando los padres regresan por fin a casa cansados de un largo día, hacen relucir nuevamente el virus del no tengo tiempo. Para mala suerte del niño debe escucharla reiteradas veces y por muchos años hasta que sea parte de él, debilitando su autoestima, cayendo de a pocos en esa terrible enfermedad.
Claramente dicha situación se refleja en mi primera obra Lulita la estrella marina, que es un relato dedicado a la familia. En un fragmento, Lulita viaja al mundo de las estrellas celestiales para brillar y sentirse importante. En medio de una conversación con una estrella celestial, escucha nuevamente la frase. Ella no puede evitar reflexionar de aquella familiar expresión: ¡No tengo tiempo! a mí me suena a no tengo ganas, pensó Lulita la estrella marina.
Cada uno conoce bien sus sueños, algunos quizá estén guardados en lo más recóndito de nuestro ser. Hagamos un esfuerzo y busquemos ratos libres para luchar por ellos. Será el mejor ejemplo que reciban nuestros hijos y nosotros mismos. Darse un tiempo para dar el paso, garantiza el antídoto que matará a ese virus paralizador.


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