Querida María Pía:
Tenías apenas menos de 2 años. Mi mamá siempre me había
repetido que tú habías nacido para dar órdenes. Eso se notó siempre en tu
fuerte carácter y me mantuve alerta.
Una noche en que yo trabajaba en la computadora, tú jugabas
con tus muñecas. Habías comido chocolate.
Luego giraste hacia mí y me dijiste naturalmente:
Papá, quiero más chocolate.
No me reina, ya comiste suficiente.
¡Quiero más papá! Exigiste.
No mi amor, ya no más. Mucho chocolate te altera y no puedes
dormir.
Seguí escribiendo en mi computadora y tú seguías mirándome
fijamente. Como no me quitabas la mirada de bruja, volví a observarte para
encontrarme con una sorpresa que me tenías reservada.
Sin quitarme la mirada, estiraste tu bracito y la palma de
tu mano y con mucha fuerza te pegaste en la cabeza y la cara.
Al no ver tú una reacción de mi parte, nuevamente te pegaste
a un lado de la cara.
Querías ese chocolate cueste lo que cueste y diste todo de
ti para ganar esa batalla. Créeme que por poco lo logras.
Yo asustado giré hacia mi computadora nuevamente diciéndome:
¿Qué hago?
De pronto te miré nuevamente. Seguías parada allí son
moverte, tal estatua. Tus ojitos clavados sobre los míos.
¿Sabes que María Pía? Te dije con voz calmada.
¿Por qué no te vas a un lado donde no te vea y te golpeas la
cabeza contra la pared?
Puedes hacerlo todas las veces que quieras, terminé de
decirte. Luego te ignoré.
Desde ese momento tu mirar fue feroz. Sabías que perdías esa
batalla. Había desactivado esa poderosa bazuca. No dijiste más. Al medio minuto
te moviste y te fuiste a jugar con tus muñecas.
Creíste que caería en tu trampa y cedería con el chocolate.
Pude haber perdido, pues por temor a esa auto flagelación tuya, imaginé que
podías estar loquita o que se yo.
Hoy en día veo a muchos padres cediendo ante las amenazas de
sus hijos. Yo no soy de esos, menos tu mamá. Pude haberte dado ese chocolate víctima
de mi temor y confusión. Hubieses ganado esa vez, como también ganar en ti ser
una niña chinchosa que todo se lo
merece. Yo no creo en esos métodos de hoy en día en que al niño no se le toca
ni se le castiga. Ya fuiste a la ducha fría y eso nos sirvió para mantenerte a
raya muchas veces. Haz de saber que tus maestras y personas cercanas nos
felicitan y te felicitan por ser una niña obediente, sencilla y amigable.
Aunque no dejas de dar órdenes una u otra vez hasta hoy en día, sabes que te
das contra una pared con nosotros, como te pasó años después en el día del
padre. Entra aquí y velo tu misma.
Soy autor de cuentos de niños. Te invito a ver mis obras.
Otras lecturas cortas de mi blog:
Mia regresa a casa. Aquí
Cómo echamos a Maléfica de tu cuarto. Aquí.
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